literatura para lectores remisos

debutantes

Friday, September 30, 2005

tim burton

Se le declaró en la costa,y en la playa fue la boda. Su larga luna de mielen la isla de Capri fue Para la cena el meseroles puso un solo platillo:un gran caldo de mariscos.La novia pidió un deseo. Y el deseo se realizó.Dio al fin a luz un bebé.Pero éste ¿era humano o no?Bueno, quizá. Tal vez. Diez dedos en pies y manos,y demás órganos sanos.Podía sentir y escuchar.Pero ¿normal? No, ni hablar. Este engendro antinatura,Este cáncer indecente,Era la imagen vivientede toda su desventura. Ella se quejó al doctor:“No es hilo de mi madeja.¿De donde sacó ese hedora salmuera, pez y almeja?” “Y ha sido usted afortunada.Yo la semana pasada,trate a una niña con picoy tres orejas. ¿Me explico?Si es mitad ostra su niño,búsquese a otro a quien culpar.-Y añadió con cierto guiño -¿Se ha puesto a consideraruna casita en el mar?” No sabían como llamarlo.A veces le decían Carloy a veces -con voz perpleja-“eso que parece almeja”. Encogido el corazón,Ninguno en verdad sabíasi el chico ostra algún díarompería el caparazón. Los cuatrillizos Montalvocierta vez se lo toparon.Le espetaron un “¡Bivalvo!”y enseguida se escaparon. Una tarde en que llovía,Carlo se sentó en la calle.Y miró arremolinarseel agua en la alcantarilla Aparcada en la cuneta,conmovida y afligida,su madre daba salidaa su congoja secreta. Ya se habían acostadouna noche, y ella dijo:“Cariño, huele a pescadoy yo creo que es nuestro hijo.Y aunque dicen que una damadebe callarse esas cosas,me parece que le endosastus problemas en la cama.” El probó cuanta lociónpudo hallar en el mercado.Tenía el cuerpo coloradoy comezón, comezón.Y de rascar y rascarla piel le empezó a sangrar El doctor, tras una pausa, dijo: “El remedio a su mal podría ser su misma causa. Las ostras, como sabéis, dan gran potencia sexual. Supongo que si os coméis a vuestro niño podréis saciar el ansia carnal. Se acerco muy de puntitas, muy a oscuras y en celada, porque no notara nada quien le daba tantas cuitas.Y en voz muy baja le dijo: “Carlo queridísimo, hijo: no quisiera interferir ni causarte desconsuelo. Pero ¿has pensado en el cielo, o te has querido morir?” Carlo parpadeo al oírlo pero no le dijo nada.Su papi apretó el cuchillo y se aflojó la corbata. Cuando lo levantó en vilo, Carlo le mojó el abrigo. Y en su boca ya la valva, se escurrió por su garganta. En la costa lo enterraron, en la arena, junto al mar.Una oración murmuraron y se fueron a cenar. Una cruz que daba pena marcaba su sepultura y unas letras en la arena prometían vida futura. Pero al subir la marea una ola grande y fea borró sin pena ni gloria para siempre su memoria. De regreso en el hogar, él se le empezó a acercar. Le besó y le dijo: “Bella, hagamos otra faena.”“Pero esta vez –susurró ella- pidamos que sea una nena

rosalinda

Hoy es 16 de septiembre y como es lógico en una chava de 23 años estoy cruda!!!!! bueno la verdad no es tanto como en anteriores ocasiones. Yo soy Rosalinda aunque me pueden llamar como gusten; digo, me dicen Xochitl y volteo. Soy una chava como muchas otras, es decir, sin mucho chiste, un cuerpo ñango y una cara no muy agraciada, como la minoria de las chavas como yo, no tengo novio ni otro compromiso de esa índole, si me preguntan ¿por qué? ni yo misma conozco la respuesta asi que ya para que la pienso. Vivo sola con mi madre en un pequeño departamento que pertenece a mi hermana y a mi desde hace como 9 años, se dice fácil pero quisiera ver si soportan a la misma vecina por ese lapso de tiempo. De lo que escribo deberían creerme un muy pequeño porcentaje y de eso todavia habría que dudar, o sea, no me crean nada de lo que digo. Esas palabras las aprendi de una persona que fue mi amante y pudo serr mi amigo y si ahora estan en mi boca son porque disfruto las molestias de mi muerte, pero de eso les hablare luego. Lo que quiero contarles hoy es la historia de una niña que se enamoró y blablablabla, no!!!!, ni madres!!!! es una historia no tan real pero segura y aunque se que mi vida les vale un comino no me importa, yo estoy escribiendo y se aguantan. Recuerdo que fui una niña no tan feliz, lo clàsico en una familia como la mia, golpes por aca, golpes por alla, mas golpes por allá!!! A veces mi casa era un paraiso pero a veces se convertía en un infierno que solo podia soportar en un pequeño cuarto de juguetes que me pertenecia y en el cual me fugaba a un lugar lejano dejando de escuchar asi los gritos y lloridos de fuera. Siempre fui una niña brillante, es decir, de esas que sacan diez y siempre andan como arroz de todos los moles, en la escuela y en todos lados, bailando, recitando, actuando y cantando. Esa ha sido la única pasión de mi vida, cantar... me viene a la mente que en ese entonces usaba lentes y zapatos ortopédicos horribles!!!!! Sin embargo no importaba mucho, pues era una niña "linda" (Glosario:pendeja) y poco se fijaban en eso. Conforme fui creciendo fueron estirando los huesos, deje de morderme las uñas y los pies estan en su debido lugar, hasta los ojos se me compusieron... o eso creo!!!!... La mejor etapa de mi vida fue la secundaria, aun recuerdo como se burlaban de mi mis compañeros por mi aspecto maloliente segun ellos, el rechazo a que interpretara a la Cenicienta en la obra escolar argumentando que Cenicienta era una mujer bonita y yo no cumplia con ese rubro del personaje, pero que se jodan dijo el profesor, sera una cenicienta fea!!!! En la prepa conoci varios aspectos de este devenir que no conocia, el primero a lo que llaman "Amor" o eso a lo que se refieren cuando alguien quiere cojer por mucho tiempo con la misma persona y ademas que sea uso exclusivo. Su nombre se quedara en el recuerdo de este cerebro que han de consumirse las horas y aunque mi meta nunca pude alcanzarla, es mi gran amigo y alguien en quien se puedo confiar. De ahi vinieron las metas cumplidas, la primera: Alberto, un muchachillo simpático pero que caminaba chistoso tras sufrir un atropellamiento en plena banqueta... Lo que se ve en este Mexico lindo y querido... Beto era acediado por mas de una chava en el salon, razón por la cual me gane el desprecio de muchas de ellas, por el otro lado la mayor parte de mis amigos eran hombres sin contar a "Concha", bueno no podria definir un sexo en Concha.

Monday, September 26, 2005

la democracia es el abuso de la estadistica

revolucion: desplazamiento que realiza un movil sobre su propio eje.
la revolucion es el opio de los intelectuales.
se hace politico aquel quien no aguanta a nadie encima de si mismo.
tolerancia: actitud del despota cuando esta de buenas.
visite EU antes que EU lo visite a usted.
mientras en un pais haya niños trabajando y pobres sin trabajo, la organizacion de ese pais es una mierda.
en manos del estado la fuerza se llama derecho, en manos del individuo se llama violencia.
la politica es el arte de impedir a la gente que se meta en lo que le concierne.
el poder no se posee: se ejerce.
nada hay mas sospechoso que un intelectual del lado de los vencedores.
aun nos falta una guerra que consumar: la del pueblo contra los democratas.
la politica no es el ejercicio del voto, como perspicazmente se divulga, sino el discurso de legitimacion del poder.
en el actual sistema de poder se sintetiza la frase clave: a simular que ya no simulamos.
el poder lo ganaron por medio de las armas y no lo van a soltar por elecciones.
de que sirve una casa si no se cuenta con un planeta tolerable donde situarla.
no es tolerante quien no tolera la tolerancia.
es mas facil aprender a obedecer que a mandar.

federico arana

en un burdel de el Paso fue
dos ladillas adopte
y al cabo de tres semanas
ya sumaban mas de cien
un dia al caer la noche
me ataco tal comezon
que me afile las veinte uñas
y me rasque sin precaucion
al ver la guerra perdida
pedi auxilio al DDT
me rocie el insecticida
del mostacho al perone
y cayeron como moscas
pero a la postre dos o tres
resultaron estimuladas
y la plaga volvio a crecer
quince dias les bastaron
para rehacer su batallon
y en el ataque iban sembrando
horror y desolacion
fui arrastrandome a la esquina
ya tenia la solucion
les arme su Hiroshima
con bencina y encendedor
pìrrica fue la victoria
no quedò ni chicharron
hoy mis partes son cenizas
con su hueso de carbon.

Wednesday, September 21, 2005

sexo brujo

Carlos Castaneda, cuando tenía 36 años, en una boda a la que asistió con una amiga, en 1962 FOTO Tomada del libro aprendiza de bruja
En nuestros ''encuentros íntimos'' Carlos me explicaba sus pintorescas teorías sexuales con todo lujo de detalles. La premisa fundamental de su magia sexual es que producía un silencio interior como el del zen. En alguna ocasión llegué a notarlo. Tras hacer el amor me sentía sosegada y agradablemente somnolienta. Desde luego, supongo que esto también le ocurre a la gente normal, pero Carlos insistía en que el esperma de un nagual era ''pesado'', y que si una discípula no estaba preparada, podía serle peligroso, agitarla e incluso enfermarla.

La magia sexual, decía, es el camino más rápido para conducir a un discípulo. El esperma pesado era corrosivo para la humanidad, un ácido que quemaba la naturaleza humana, transformando a la receptora en una bruja. Cuando Carlos tenía un orgasmo me repetía la orden de que ''tirase del esperma'' hacia el cerebro, lo cual iba a alterar la composición de mi mente. Dijo que por haber hecho el amor con él yo ya era una bruja y que el hombre que en adelante hiciese el amor conmigo recibiría beneficios mágicos, una especie de pase de libre acceso al Infinito y a la Libertad. Yo lo llamé ''Programa de Kilometraje Plus'', pero no le hizo gracia. Para los discípulos masculinos, explicó que la mujer nagual ''podía conducirlos al silencio interior mediante el coito''.

Carlos se refirió a las teorías sexuales expuestas en el libro de Taisha diciendo que los hombres normales dejan filamentos de energía en el útero de la mujer con cada eyaculación. (Florinda me informó rudamente de que Carlos esto se lo inventó para tenerla ocupada y también porque ella era una mojigata.) Dichos filamentos los llamaba ''gusanos'', e iban drenando a las mujeres durante toda su vida, mientras los hombres se alimentan vampíricamente de ellas hasta el fin de sus días.

Cada nueva eyaculación ''encendía'' automáticamente los antiguos filamentos de la mujer, alimentando a todos sus compañeros sexuales previos y dejándola a ella negativamente afectada. Esa es la razón, explicó, de ''la indiferencia general de las mujeres''. Incluso contando con el inmenso poder de nuestros dos cerebros, siendo el útero el segundo, las mujeres estábamos tan cansadas que dejamos que ''los hombres manden en el mundo''. El único remedio eran siete años de celibato y el ejercicio de recapitulación, o el sexo con el nagual. Cualquiera de las dos opciones debía ir seguida de toda una vida de celibato si se deseaba acumular la energía para recorrer el camino de vida y ''muerte'' del brujo.

Carlos podía tener varias eyaculaciones, tres o cuatro en rápida sucesión. A mí -y al final también a quienes asistían a sus apariciones públicas- me explicó que antes de conocer a don Juan era ''un hombre corriente de un solo orgasmo, ¡nada! ¿Un chorrito y fuera!'' Me dijo que un día don Juan le envolvió el pene con unos paños empapados en hierbas, que cambió a diario durante tres días. Carlos sintió que sus genitales se expandían enormemente ''¡hasta los pies!'' Cuando le retiró los paños, tenían el mismo aspecto de siempre, pero ahora poseía poderes eyaculatorios múltiples.

Sobre el orgasmo clitoridial se mostraba burlón. Lo consideraba débil e insípido, aunque no lo ignoraba completamente. Creía que casi todas las mujeres y hombres eran frígidos, que todos éramos propietarios de una ''barra de energía'' que seres de otros mundos nos habían roto causando efectos dañinos en el sexo humano corriente. Esta ''barra rota'' impedía que las mujeres experimentaran orgasmos vaginales profundos y que los hombres no tuvieran lo que era su derecho de nacimiento: el orgasmo múltiple. Las barras de energía de las mujeres ofrecían un aspecto sencillo a los ojos de alguien que ve: una barra recta de varias pulgadas de longitud que cruzaba el vientre. Las de los hombres, sin embargo, eran complejas y delicadas; recordaban la forma del cuello y pico de un cisne. Se trataba de unas estructuras más fáciles de quebrar que las de las mujeres y más difíciles de reparar. Un conocido de Carlos de su época universitaria en la UCLA, que prefiere conservar el anonimato, me contó que en los años setenta su línea de seducción era algo distinta. En lugar de ''reparar la barra de energía'', se ofrecía a ''implantar el nagual''. (Otra expresión era ''penetración chamánica''.)

''Tenía el don de percibir lo que la otra persona deseaba escuchar'', recordaba este conocido. ''Su comportamiento impredecible, su inaccesibilidad, etcétera, desencadenaba en algunas personas un vivo deseo de ir en pos de él -el refuerzo intermitente siempre conforma y controla el comportamiento mejor que las gratificaciones continuas. De hecho, sus movimientos eran convencionales, una mera variante de besos en la mano, ramos de flores y serenatas, seguidos de no hacer ni caso, seguido de una completa reaparición con una atención total. Dicho comportamiento llegaba al extremo de repartir chucherías, anillos y licencias de boda para impedir que las señoras se lo hiciesen pasar demasiado mal. Quería gustar, soltar sus monólogos, y cuando no estaba 'aterrado' por algo o por alguien (normalmente una persona de cuyos conocimientos planeaba aprovecharse), era muy divertido, un imitador cruel. Necesitaba desesperadamente que se le prestase atención, y justificar lo que fuera que estuviese haciendo... su necesidad de adulación era tremenda''.

Cuando en sus charlas Carlos hablaba de temas sexuales, los lectores de Castaneda se preguntaban por qué toda esa información vital no constaba en los libros. Florinda me dijo, ''Si hubiésemos admitido que teníamos relaciones sexuales, ¡es de eso de lo que todo el mundo se habría puesto a hablar!'' Irónicamente, observé, el hecho de no abordar dicho tema despertaba esa misma curiosidad que los brujos intentaban evitar.

Al predicar públicamente el celibato, el nagual confinó a los hombres en un círculo vicioso. Se burlaba cruelmente de los que se resistían a las mujeres atractivas y no aprovechaban las oportunidades que se les presentaban tratando de ser ''un buen guerrero''. Es un enigma que ha tenido que ser devastador. Para él, un personaje divertido predilecto era su abuelo, fallecido hacía largo tiempo, el cual cuando era niño le enseñó lo siguiente: ''No te puedes follar a todas las mujeres de este mundo, ¡pero puedes intentarlo!'' Carlos proclamaba que esta filosofía le parecía aborrecible y patética; pero hacia el final de su vida se vio claramente que la había seguido. Muni estaba convencida de que Carlos había seducido a más mujeres que nadie en la historia.

-¿Más incluso que Wilt Chamberlain? -pregunté escéptica.

-¡Ja! -se rió-. ¡Wilt no le llega ni a la suela del zapato!

Constantemente había expulsiones de hombres y mujeres de las clases (y siempre del círculo más íntimo) si se descubría que habían mantenido relaciones sexuales. Un aprendiz le dijo a Castaneda que solía ir con prostitutas y aparentemente dicha actividad se le permitía por cuanto supuestamente no había lazos emocionales. ¿Toda esta contradicción surgía de una perversa terquedad a lo Jekyll y Hyde en Carlos, o se trataba de una técnica pedagógica? ¿O bien eran su codicia y su narcisismo lo que le permitía racionalizar su propia necesidad y adicción a las conquistas y a la conservación del poder gracias a la prohibición de que se formasen parejas? Florinda alimentaba las hogueras de la confusión (en todo caso, la mía sí) haciendo bromas sobre la media docena de hombres que había en el grupo. ''¿Pero qué hombre de verdad se plegaría a estas condiciones?'', se mofaba, ''¡Coño! ¡Si es que no hay huevos!'' En privado, y comida por la culpa, nunca dejé de estimar las alegrías del cortejo y el galanteo, mientras fingía comulgar con mis maestros, que insistían en que aquello era el azote de la humanidad.

Tras algunos meses como amante del nagual, me resultaba imposible negar que estaba siendo receptora de un enorme mensaje muy mezclado. Por un lado, Carlos me había hecho jurar que nunca permitiría que ningún humano ponzoñoso entraría en mi cuerpo. Al mismo tiempo me aseguraba que yo ya era una bruja de pleno derecho que podía curar energéticamente a los hombres con mi ''poderoso poto'' y conducirlos a realidades alternativas. Me sentía a ratos limitada y a ratos todopoderosa, y mayormente confundida. Lo más difícil de todo era la prohibición absoluta de preguntas. Tenía que contentarme con las exclamaciones admirativas de Carlos: ''Ese, mamita, es un poto poderoso. ¡No te imaginas en qué te has convertido!''

Con más frecuencia que lo contrario, Carlos y yo hacíamos el amor con tanta pasión que nos agotábamos el uno al otro. Esos fueron los momentos más dichosos de mis nueve años en el mundo de la brujería. Pese a nuestros conflictos de personalidad y a que yo cada vez lo irritaba más con mi irreverencia respecto a sus normas y caprichos, que se asemejaban a los de una secta, sexualmente nos llevábamos de maravilla, lo cual creó un vínculo muy sólido entre nosotros. Quizás no haya nada más misterioso que la química sexual. Muni decía que como amante suya estuvo cuatro años sin sentir nada. Al final, algo cambió y sintió el placer que tanto había esperado. Y entonces -sus hombros se aflojaron con aquel doloroso recuerdo- su pasión por ella disminuyó. Florinda, por su parte, afirmaba que siempre se había quedado perfectamente satisfecha. Posteriormente oí que algunas de las amantes de Carlos habían intentado cerrar los ojos y pensar en el Infinito, pero que otras estaban excitadas y cariñosas

a cual de tus amigos escoferia como hijo?

Estaba la Luisa bien morena -como pan tostado que se descuida- bocabajo; cuando Super Nachón recordó los telescopios -y disculpen que peque de escatológico, pero en verdad pensó mas en los microscopios-... cuando se le ocurrió crear un sistema filosófico nuevo titulado: “El Círculo como antítesis de la geometría sublingual” y por pensar demasiado se le volvió a bajar de nuevo la erección. (Se sintió un clon entre Leibniz y Marcel Proust).Pero como el chiquitillo (al cual Quevedo le llama “culo” -y lo hace con frecuencia sin temor a que lo corran de la Real Academia de la Lengua Española-) ya estaba esperando la estocada del recto devenir de nuestro héroe se encontraba nervioso cual círculo matemático que por sus arrugas tiende a la desolación epistemológica.Paradójicamente Super Nachón no dudó en intentar una penetración sincera.Intentó una vez, dos, tres, y el hierro de carne no entraba... Super Nachón se alejo de la escena y percibió que el chiquitillo se había enojado.Le vio esa cara fruncida y de mal humor que siempre tienen los chiquitillos malcriados y por eso Super Nachón, sin capa y sin calzones, se fue volando a comprar un lubricante a la farmacia que estaba junto a la discoteca: “Baby-O” junto con unos preservativos para no ensuciarse de literatura aceptada mejor conocida como mierda (no porque apeste, sino porque toda es igual). De acuerdo -pensó Super Nachón mientras regresaba de nuevo al bungalow del Hotel Princess, “de acuerdo”, muchos árboles son parecidos y no por eso son caca pura... sin embargo -reflexionó- pareciese que toda la “buena” literatura estuviera sostenida por una política tan similar que tanta similitud de espejos hipócritas llevara a la conjunción de la mierda. Ahí comprendió la preocupación de Luisa Lane por ayudar a su amigo Nacho Fernández en su labor de publicar literatura porno-escatológica en una editorial seria.La contradicción parecía infinita.¿No se rebajaría el señor Fernández al publicar en una editorial seria?Super Nachón se derrotó ante tales disquisiciones filosóficas y su pensamiento se centró en el centro del chiquitillo.Pero:¡Oh Sorpresa!Cuando regresó al bungalow Luisa ya se había dormido desnuda y bocabajo. Nuestro héroe se acercó a inspeccionar, pero el chiquillo relinchó como un caballo prieto azabache.La habitación se llenó de poesía olorosa y desdentada. (Y por lo tanto nada envidiosa).“¡Pinche vieja tan apestosa!” -pensó Super Nachón. Pero su malestar se suavizó cuando se sentó a leer las Cartas a Nora Barnacle de James Joyce. De cuando el escritor irlandés románticamente le escribe a su amor, que si entrara en una habitación llena de chicas que se pedorreáran distinguiría el olor de su amada.La lectura de Super Nachón se transformó en incienso.“¡Pinche Joyce tan puerco!” -pensó Super Nachón.

Monday, September 19, 2005

ciudad sin nombre

Al acercarme a la ciudad sin nombre me di cuenta de que estaba maldita. Avanzaba por un valle terrible reseco bajo la luna, y la vi a lo lejos emergiendo misteriosamente de las arenas, como aflora parcialmente un cadáver de una sepultura deshecha. El miedo hablaba desde las erosionadas piedras de esta vetusta superviviente del diluvio, de esta bisabuela de la más antigua pirámide; y un aura imperceptible me repelía y me conminaba a retroceder ante antiguos y siniestros secretos que ningún hombre debía ver, ni nadie se habría atrevido a examinar.
Perdida en el desierto de Arabia se halla la ciudad sin nombre, ruinosa y desmembrada, con sus bajos muros semienterrados en las arenas de incontables años. Así debía de encontrarse ya, antes de que pusieran las primeras piedras de Menfis, y cuando aun no se habían cocido los ladrillos de Babilonia. No hay leyendas tan antiguas que recojan su nombre o la recuerden con vida; pero se habla de ella temerosamente alrededor de las fogatas, y las abuelas cuchichean sobre ella también en las tiendas de los jeques, de forma que todas las tribus la evitan sin saber muy bien la razón. Esta fue la ciudad con la que el poeta loco Abdul Alhazred soñó la noche antes de cantar su dístico inexplicable:



«Que no está muerto lo que yace eternamente
y con el paso de los evos, aun la muerte puede morir»


Yo debía haber sabido que los árabes tenían sus motivos para evitar la ciudad sin nombre, la ciudad de la que se habla en extraños relatos, pero que no ha visto ningún hombre vivo; sin embargo, desafiándolos, penetré en el desierto inexplorado con mi camello. Sólo yo la he visto, y por eso no existe en el mundo otro rostro que ostente las espantosas arrugas que el miedo ha marcado en el mío, ni se estremezca de forma tan horrible cuando el viento de la noche hace retemblar las ventanas. Cuando la descubrí, en la espantosa quietud del sueño interminable, me miró estremecida por los rayos de una luna fría en medio del calor del desierto. Y al devolverle yo su mirada, olvidé el júbilo de haberla descubierto, y me detuve con mi camello a esperar que amaneciera.

Cuatro horas esperé, hasta que el oriente se volvió gris, se apagaron las estrellas, y el gris se convirtió en una claridad rosácea orlada de oro. Oí un gemido, y vi que se agitaba una tormenta de arena entre las piedras antiguas, aunque el cielo estaba claro y las vastas extensiones del desierto permanecían en silencio. Y de repente, por el borde lejano del desierto, surgió el canto resplandeciente del sol, a través de una minúscula tormenta de arena pasajera; y en mi estado febril imaginé que de alguna remota profundidad brotaba un estrépito de música metálica saludando al disco de fuego como Memnon lo saluda desde las orillas del Nilo. Y me resonaban los oídos, y me bullía la imaginación, mientras conducía mi camello lentamente por la arena hasta aquel lugar innominado; lugar que, de todos los hombres vivientes, únicamente yo he llegado a ver.

Y vagué entre los cimientos de las casas y de los edificios, sin encontrar relieves ni inscripciones que hablasen de los hombres -si es que fueron hombres- que habían construido esta ciudad y la habían habitado hacía tantísimo tiempo. La antigüedad del lugar era malsana, por lo que deseé fervientemente descubrir algún signo o clave que probara que había sido hecha efectivamente por los hombres. Había ciertas dimensiones y proporciones en las ruinas que me producían desasosiego. Llevaba conmigo numerosas herramientas, y cavé mucho entre los muros de los olvidados edificios; pero mis progresos eran lentos y nada de importancia aparecía. Cuando la noche y la luna volvieron otra vez, el viento frío me trajo un nuevo temor, de forma que no me atreví a quedarme en la ciudad. Y al salir de los antiguos muros para descansar, una pequeña tormenta de arena se levantó detrás de mí, soplando entre las piedras grises, a pesar de que brillaba la luna, y casi todo el desierto permanecía inmóvil.

Al amanecer desperté de una cabalgata de horribles pesadillas, y me resonó en los oídos como un tañido metálico. Vi asomar el sol rojizo entre las últimas ráfagas de una pequeña tormenta de arena que flotaba sobre la ciudad sin nombre, haciendo más patente la quietud del paisaje. Una vez más, me interné en las lúgubres ruinas que abultaban bajo las arenas como un ogro bajo su colcha, y de nuevo cavé en vano en busca de reliquias de la olvidada raza. A mediodía descansé, y dediqué la tarde a señalar los muros, las calles olvidadas y los contornos de los casi desaparecidos edificios. Observe que la ciudad había sido efectivamente poderosa, y me pregunté cuáles pudieron ser los orígenes de su grandeza. Me representaba el esplendor de una edad tan remota que Caldea no podría recordarla, y pensé en Sarnath la Predestinada, ya existente en la tierra de Mnar cuando la humanidad era todavía joven, y en Ib, excavada en la piedra gris antes de la aparición de los hombres.

De repente, llegué a un lugar donde la roca del subsuelo emergía de la arena formando un bajo acantilado y vi con alegría lo que parecía prometer nuevos vestigios del pueblo antediluviano. Toscamente talladas en la cara del acantilado, aparecían las inequívocas fachadas de varios edificios pequeños o templos achaparrados, cuyos interiores conservaban quizá numerosos secretos de edades incalculablemente remotas; aunque las tormentas de arena habían borrado hacía tiempo los relieves que sin duda exhibieron en su exterior.

Las oscuras aberturas próximas a mí eran muy bajas y estaban cegadas por las arenas; pero limpié una de ellas con la pala y me introduje a gatas, llevando una antorcha que me revelase los misterios que hubiese. Una vez en el interior, vi que la caverna era efectivamente un templo, y descubrí claros signos de la raza que había vivido y practicado su religión antes de que el desierto fuese desierto. No faltaban altares primitivos, pilares y nichos, todo singularmente bajo; y aunque no veía esculturas ni frescos, había muchas piedras extrañas, claramente talladas en forma de símbolos por algún medio artificial. Era muy extraña la baja altura de la cámara cincelada, ya que apenas me permitía estar de rodillas; pero el recinto era tan grande que la antorcha revelaba una parte solamente. Algunos de los últimos rincones me producían temor; ya que determinados altares y piedras sugerían olvidados ritos de naturaleza repugnante e inexplicable que hicieron que me preguntase qué clase de hombres podían haber construido y frecuentado semejante templo. Cuando hube visto todo lo que contenía el lugar, salí gateando otra vez, ansioso por averiguar lo que pudieran revelarme los templos.

La noche se estaba echando encima; pero las cosas tangibles que había visto hacían que mi curiosidad fuese más fuerte que mi miedo, y no huí de las largas sombras lunares que me habían intimidado la primera vez que vi la ciudad sin nombre. En el crepúsculo, limpié otra abertura; y encendiendo una nueva antorcha me introduje a rastras por ella, y descubrí más piedras y símbolos enigmáticos; pero todo era tan vago como en el otro templo. El recinto era igual de bajo, aunque bastante menos amplio, y terminaba en un estrecho pasadizo en el que había oscuras y misteriosas hornacinas. Y me encontraba examinando estas hornacinas cuando el ruido del viento y mi camello turbaron la quietud, y me hicieron salir a ver qué había asustado al animal.

La luna brillaba intensamente sobre las primitivas ruinas, iluminando una densa nube de arena que parecía producida por un viento fuerte, aunque decreciente, que soplaba desde algún lugar del acantilado que tenía ante mí. Sabía que era este viento frío y arenoso lo que había inquietado al camello, y estaba a punto de llevarlo a un lugar más protegido, cuando alcé los ojos por casualidad y vi que no soplaba viento alguno en lo alto del acantilado. Esto me dejó asombrado, y me produjo temor otra vez; pero inmediatamente recordé los vientos locales y súbitos que había observado anteriormente durante el amanecer y el crepúsculo, y pensé que era cosa normal. Supuse que provenía de alguna grieta de la roca que comunicaba con alguna cueva, y me puse a observar el remolino de arena a fin de localizar su origen; no tardé en descubrir que salía de un orificio negro de un templo bastante más al sur de donde yo estaba, casi fuera de mi vista. Eché a andar contra la nube sofocante de arena, en dirección a dicho templo, y al acercarme descubrí que era más grande que los demás, y que su entrada estaba bastante menos obstruida de arena dura. Habría entrado, de no ser por la terrible fuerza de aquel viento frío que casi apagaba mi antorcha. Brotaba furioso por la oscura puerta suspirando misteriosamente mientras agitaba la arena y la esparcía por entre las espectrales ruinas. Poco después empezó a amainar, y la arena se fue aquietando poco a poco, hasta que finalmente todo quedo inmóvil otra vez; pero una presencia parecía acechar entre las piedras fantasmales de la ciudad, y cuando alcé los ojos hacia la luna, me pareció que temblaba como si se reflejara en la superficie de unas aguas trémulas. Me sentía más asustado de lo que podía explicarme, aunque no lo bastante como para reprimir mi sed de prodigios; así que tan pronto como el viento se calmó, crucé el umbral y me introduje en el oscuro recinto de donde había brotado el viento.

Este templo, como había imaginado desde el exterior, era el más grande de cuantos había visitado hasta el momento; probablemente era una caverna natural, ya que lo recorrían vientos que procedían de alguna región interior. Aquí podía estar completamente de pie; pero vi que las piedras y los altares eran tan bajos como los de los otros templos. En los muros y en el techo observé por primera vez vestigios del arte pictórico de la antigua raza, curiosas rayas onduladas hechas con una pintura que casi se había borrado o descascarillado; y en dos de los altares vi con creciente excitación un laberinto de relieves curvilíneos bastante bien trazados. Al alzar en alto la antorcha, me pareció que la forma del techo era demasiado regular para que fuese natural, y me pregunté qué prehistóricos escultores habrían trabajado en este lugar. Su habilidad técnica debió de ser inmensa.

Luego, una súbita llamarada de la caprichosa antorcha me reveló lo que había estado buscando: el acceso a aquellos abismos más remotos de los que había brotado el inesperado viento; sentí un desvanecimiento al descubrir que se trataba de una puerta pequeña, artificial, cincelada en la sólida roca. Metí la antorcha por ella, y vi un túnel negro de techo bajo y abovedado que se curvaba sobre un tramo descendente de toscos escalones, muy pequeños, numerosos y empinados. Siempre veré esos peldaños en mis sueños, ya que llegué a saber lo que significaban. En aquel momento no sabía si considerarlos peldaños o meros apoyos para salvar una pendiente demasiado pronunciada. La cabeza me daba vueltas, agobiada por locos pensamientos, y parecieron llegarme flotando las palabras y advertencias de los profetas árabes, a través del desierto, desde las tierras que los hombres conocen a la ciudad sin nombre que no se atreven a conocer. Pero sólo vacilé un momento, antes de cruzar el umbral y empezar a bajar precavidamente por el empinado pasadizo, con los pies por delante, como por una escala de mano.

Sólo en los terribles desvaríos de la droga o del delirio puede un hombre haber efectuado un descenso como el mío. El estrecho pasadizo bajaba interminable como un pozo espantosamente fantasmal, y la antorcha que yo sostenía por encima de mi cabeza no alcanzaba a iluminar las ignoradas profundidades hacia las que descendía. Perdí la noción de las horas y olvidé consultar mi reloj, aunque me asusté al pensar en la distancia que debía de estar recorriendo. Había giros y cambios de pendiente; una de las veces llegué a un corredor largo, bajo y horizontal, donde tuve que arrastrarme por el suelo rocoso con los pies por delante, sosteniendo la antorcha cuanto daba de sí la longitud de mi brazo. No había altura suficiente para permanecer de rodillas. Después, me encontré con otra escalera empinada, y seguí bajando interminablemente mientras mi antorcha se iba debilitando poco a poco, hasta que se apagó. Creo que no me di cuenta en ese momento, porque cuando lo noté, aún la sostenía por encima de mí como si me siguiera alumbrando. Me tenía completamente trastornado esa pasión por lo extraño y lo desconocido que me había convertido en un errabundo en la tierra y un frecuentador de lugares remotos, antiguos y prohibidos.

En la oscuridad, me venían al pensamiento súbitos fragmentos de mi amado tesoro de saber demoníaco: frases del árabe loco Alhazred, párrafos de las pesadillas apócrifas de Damascius, y sentencias infames del delirante Image du Monde de Gauthier de Metz. Repetía citas extrañas y murmuraba cosas sobre Afrasiab y los demonios que bajaban flotando con él por el Oxus; más tarde, recité una y otra vez la frase de uno de los relatos de Lord Dunsany: «La sorda negrura del abismo». En una ocasión en que el descenso se volvió asombrosamente pronunciado, repetí con voz monótona un pasaje de Tomás Moro, hasta que tuve miedo de recitarlo más:

Un pozo de tinieblas. negro
tomo un caldero de brujas, lleno
De drogas lunares en eclipse destiladas
Al inclinarme a mirar si podía bajar el pie
Por ese abismo, vi, abajo,
Hasta donde alcanzaba la mirada,
Negras Paredes lisas como el cristal
Recién acabadas de pulir,
Y con esa negra pez que el Trono de la Muerte
Derrama por sus bordes viscosos.

El tiempo había dejado de existir por completo cuando mis pies tocaron nuevamente un suelo horizontal, y llegué a un recinto algo más alto que los dos templos anteriores que, ahora, estaban a una distancia incalculable, por encima de mí. No podía ponerme de pie, pero podía enderezarme arrodillado; y en la oscuridad, me arrastré y gateé de un lado para otro al azar. No tardé en darme cuenta de que me encontraba en un estrecho pasadizo en cuyas paredes se alineaban numerosos estuches de madera con el frente de cristal. El descubrir en semejante lugar paleozoico y abismal objetos de cristal y madera pulimentada me produjo un estremecimiento, dadas sus posibles implicaciones. Al parecer, los estuches estaban ordenados a lo largo del pasadizo a intervalos regulares, y eran oblongos y horizontales, espantosamente parecidos a ataúdes por su forma y tamaño. Cuando traté de mover uno o dos, a fin de examinarlos, descubrí que estaban firmemente sujetos.

Comprobé que el pasadizo era largo y seguí adelante con rapidez, emprendiendo una carrera a cuatro patas que habría parecido horrible de haber habido alguien observándome en la oscuridad; de vez en cuando me desplazaba a un lado y a otro para palpar mis alrededores y cerciorarme de que los muros y las filas de estuches seguían todavía. El hombre está tan acostumbrado a pensar visualmente que casi me olvidé de la oscuridad, representándome el interminable corredor monótonamente cubierto de madera y cristal como si lo viese. Y entonces, en un instante de indescriptible emoción, lo vi.

No sé exactamente cuándo lo imaginado se fundió a la visión real; pero surgió gradualmente un resplandor delante de mí, y de repente me di cuenta de que veía los oscuros contornos del corredor y los estuches a causa de alguna desconocida fosforescencia subterránea. Durante un momento todo fue exactamente como yo lo había imaginado, ya que era muy débil la claridad; pero al avanzar maquinalmente hacia la luz cada vez más fuerte, descubrí que lo que yo había imaginado era demasiado débil. Esta sala no era una reliquia rudimentaria como los templos de arriba, sino un monumento de un arte de lo más magnífico y exótico. Ricos y vívidos y atrevidamente fantásticos dibujos y pinturas componían una decoración mural continua cuyas líneas y colores superarían toda descripción. Los estuches eran de una madera extrañamente dorada, con un frente de exquisito cristal, y contenían los cuerpos momificados de unas criaturas que superarían en grotesca fealdad los sueños más caóticos del hombre.

Es imposible dar una idea de estas monstruosidades. Era de naturaleza reptil con unos rasgos corporales que unas veces recordaban al cocodrilo, otras a la foca, pero más frecuentemente a seres que el naturalista y el paleontólogo no han conocido jamás. Tenían más o menos el tamaño de un hombre bajo, y sus extremidades anteriores estaban dotadas de unas zarpas delicadas claramente parecidas a las manos y los dedos humanos. Pero lo más extraño de todo eran sus cabezas, cuyo contorno transgredía todos los principios biológicos conocidos. No hay nada a lo que aquellas criaturas se pueda comparar con propiedad... fugazmente, pensé en seres tan diversos como el gato, el perro dogo, el mítico sátiro y el ser humano. Ni el propio Júpiter tuvo una frente tan enorme y protuberante; sin embargo, los cuernos, la carencia de nariz y la mandíbula de caimán, les situaba fuera de toda categoría establecida. Durante un rato dudé de la realidad de las momias, casi inclinándome a suponer que se trataba de ídolos artificiales; pero no tardé en convencerme de que eran efectivamente especies paleógenas que habían existido cuando la ciudad sin nombre estaba viva. Como para rematar el carácter grotesco de sus naturalezas, la mayoría estaban suntuosamente vestidas con tejidos costosos y lujosamente cargadas de adornos de oro, joyas y metales brillantes y desconocidos.

La importancia de estas criaturas reptiles debió de ser inmensa, ya que estaban en primer término, entre los extravagantes motivos de los frescos que decoraban las paredes y los techos. El artista las había retratado con inigualable habilidad en su propio mundo, en el cual tenían ciudades y jardines trazados según sus dimensiones; y no pude por menos de pensar que su historia representada era alegórica, revelando quizá el progreso de la raza que las adoraba. Estas criaturas, me decía, debían de ser para los habitantes de la ciudad sin nombre lo que fue la loba para Roma, o los animales totémicos para una tribu de indios.

Siguiendo esta teoría, pude descifrar someramente una épica asombrosa de la ciudad sin nombre: la crónica de una poderosa metrópoli costera que gobernó el mundo antes de que África surgiera de las olas, y de sus luchas cuando el mar se retiró y el desierto invadió el fértil valle que la mantenía. Vi sus guerras y sus triunfos, sus tribulaciones y derrotas, y después, su terrible lucha contra el desierto, cuando miles de sus habitantes -representados aquí alegóricamente como grotescos reptiles- se vieron empujados a abrirse camino hacia abajo, excavando la roca de alguna forma prodigiosa, en busca del mundo del que les habían hablado sus profetas. Todo era misteriosamente vívido y realista; y su conexión con el impresionante descenso que yo había efectuado era inequívoco. Incluso reconocía los pasadizos.

Al avanzar por el corredor hacia la luz más brillante, vi nuevas etapas de la épica representada: la despedida de la raza que había habitado la ciudad sin nombre y el valle hacía unos diez millones de años; la raza cuyas almas se negaban a abandonar los escenarios que sus cuerpos habían conocido durante tanto tiempo, en los que se habían asentado como nómadas durante la juventud de la tierra, tallando en la roca virgen aquellos santuarios en los que no habían dejado de practicar sus cultos religiosos. Ahora que había más luz, pude examinar las pinturas con más detenimiento; y recordando que los extraños reptiles debían de representar a los hombres desconocidos, pensé en las costumbres imperantes en la ciudad sin nombre. Había muchas cosas inexplicables. La civilización, que incluía un alfabeto escrito, había llegado a alcanzar, al parecer, un grado superior al de aquellas otras inmensamente posteriores de Egipto y de Caldea; aunque noté omisiones singulares. Por ejemplo, no pude descubrir ninguna representación de la muerte o de las costumbres funerarias, salvo en las escenas de guerra, de violencia o de plagas; así que me preguntaba por qué esta reserva respecto de la muerte natural. Era como si hubiesen abrigado un ideal de inmortalidad como una ilusión esperanzadora.

Más cerca del final del pasadizo había pintadas escenas de máximo exotismo y extravagancia: vistas de la ciudad sin nombre que ahora contrastaban por su despoblación y su creciente ruina, y de un extraño y nuevo reino paradisíaco hacia el que la raza se había abierto camino con sus cinceles a través de la roca. En estas perspectivas, la ciudad y el valle desierto aparecían siempre a la luz de la luna, con un halo dorado flotando sobre los muros derruidos y medio revelando la espléndida perfección de los tiempos anteriores, espectralmente insinuada por el artista. Las escenas paradisíacas eran casi demasiado extravagantes para que resultaran creíbles, retratando un mundo oculto de luz eterna, lleno de ciudades gloriosas y de montes y valles etéreos. Al final, me pareció ver signos de un anticlímax artístico. Las pinturas se volvieron menos hábiles y mucho más extrañas, incluso, que las más disparatadas de las primeras. Parecían reflejar una lenta decadencia de la antigua estirpe, a la vez que una creciente ferocidad hacia el mundo exterior del que les había arrojado el desierto. Las formas de las gentes -siempre simbolizadas por los reptiles sagrados- parecían ir consumiéndose gradualmente, aunque su espíritu, al que mostraban flotando por encima de las ruinas bañadas por la luna, aumentaba en proporción. Unos sacerdotes flacos, representados como reptiles con atuendos ornamentales, maldecían el aire de la superficie y a cuantos seres lo respiraban; y en una terrible escena final se veía a un hombre de aspecto primitivo -quizá un pionero de la antigua Irem, la Ciudad de los Pilares-, en el momento de ser despedazado por los miembros de la raza anterior. Recuerdo el temor que la ciudad sin nombre inspiraba a los árabes, y me alegré de que más allá de este lugar, los muros grises y el techo estuviesen desnudos de pinturas.

Mientras contemplaba el cortejo de la historia mural, me fui acercando al final del recinto de techo bajo, hasta que descubrí una entrada de la cual subía la luminosa fosforescencia. Me arrastré hasta ella, y dejé escapar un alarido de infinito asombro ante lo que había al otro lado; pues en vez de descubrir nuevas cámaras más iluminadas, me asomé a un ilimitado vacío de uniforme resplandor, como supongo que se vería desde la cumbre del monte Everest, al contemplar un mar de bruma iluminada por el sol. Detrás de mí había un pasadizo tan angosto que no podía ponerme de pie; delante, tenía un infinito de subterránea refulgencia.

Del pasadizo al abismo descendía un pronunciado tramo de escaleras -de peldaños pequeños y numerosos, como los de los oscuros pasadizos que había recorrido-; aunque unos pies más abajo los ocultaban los vapores luminosos. Abatida contra el muro de la izquierda, había abierta una pesada puerta de bronce, increíblemente gruesa y decorada con fantásticos bajorrelieves, capaz de aislar todo el mundo interior de luz, si se cerraba, respecto de las bóvedas y pasadizos de roca. Miré los peldaños, y de momento, me dio miedo descender por ellos. Tiré de la puerta de bronce, pero no pude moverla. Luego me tumbé boca abajo en el suelo de losas, con la mente inflamada en prodigiosas reflexiones que ni siquiera el mortal agotamiento podía disipar.

Mientras estaba tendido, con los ojos cerrados y pensando libremente, me volvieron a la conciencia muchos detalles que había observado de pasada en los frescos con un significado nuevo y terrible; escenas que representaban la ciudad sin nombre en su esplendor, la vegetación del valle que la rodeaba, y las tierras distantes con las que sus mercaderes comerciaban. La alegoría de las criaturas reptantes me desconcertaba por su universal distinción, y me asombraba que se conservase con tanta insistencia en una historia de tal importancia. En los frescos se representaba la ciudad sin nombre guardando la debida proporción con los reptiles. Me preguntaba cuáles serían sus proporciones reales y su magnificencia, y medité un momento sobre determinadas peculiaridades que había notado en las ruinas. Me parecía extraña la escasa altura de los templos primordiales y del corredor del subsuelo, tallado indudablemente por deferencia a las deidades reptiles que ellos adoraban; aunque, evidentemente, obligaban a los adoradores a reptar. Quizá los mismos ritos comportaban esta imitación de las criaturas adoradas. Sin embargo, ninguna teoría religiosa podía explicar por qué los pasadizos horizontales que se intercalaban en ese espantoso descenso eran tan bajos como los templos... o más, puesto que no era posible permanecer siquiera de rodillas. Al pensar en las criaturas reptiles, cuyos espantosos cuerpos momificados tenía tan cerca de mí, sentí un nuevo sobresalto de terror. Las asociaciones de la mente son muy extrañas; y me encogí ante la idea de que, salvo el pobre hombre primitivo despedazado de la última pintura, la mía era la única forma humana, en medio de las numerosas reliquias y símbolos de vida primordial.

Pero en mi extraña y errabunda existencia, el asombro siempre se imponía a mis temores; pues el abismo luminoso y lo que podía contener planteaban un problema valiosísimo para el más grande explorador. No me cabía duda de que al pie de aquella escalera de peldaños singularmente pequeños había un mundo extraño y misterioso, y esperaba encontrar allí los recuerdos humanos que las pinturas del corredor no me habían podido ofrecer. Los frescos representaban ciudades y valles increíbles de esta región inferior, y mi imaginación se demoraba en las ricas ruinas que me esperaban.

Mis temores, efectivamente, se relacionaban más con el pasado que con el futuro. Ni siquiera el horror físico de mi situación en aquel angosto corredor de reptiles muertos y frescos antediluvianos, millas por debajo del mundo que yo conocía, y ante ese otro mundo de luces y brumas espectrales, podía compararse con el miedo que sentía ante la abismal antigüedad del escenario y de su espíritu. Una antigüedad tan inmensa que empequeñecía todo cálculo parecía mirar de soslayo desde las rocas primordiales y los templos tallados de la ciudad sin nombre, mientras que los últimos mapas asombrosos de los frescos mostraban océanos y continentes que el hombre ha olvidado, cuyos contornos eran vagamente familiares. Nadie sabía qué podía haber sucedido en las edades geológicas ya que las pinturas se interrumpían, y la resentida y rencorosa raza había sucumbido a la decadencia. En otro tiempo, estas cavernas y la luminosa región que se abría más allá habían hervido de vida; ahora, me encontraba solo entre estas vívidas reliquias, y temblaba al pensar en los incontables siglos durante los cuales dichas reliquias habían mantenido una vigilia muda y abandonada.

De pronto, me invadió nuevamente aquel agudo terror que de cuando en cuando me asaltaba desde que había visto el terrible valle y la ciudad sin nombre bajo la fría luna; y a pesar de mi cansancio, me sorprendí a mí mismo incorporándome frenéticamente, y mirando hacia el oscuro corredor, hacia los túneles que subían al mundo exterior. Me dominó el mismo sentimiento que me había hecho abandonar la ciudad sin nombre por la noche, y que era tan inexplicable como acuciante. Un momento después, sin embargo, sufrí una impresión aún mayor en forma de un ruido definido: el primero que quebraba el absoluto silencio de estas profundidades sepulcrales. Fue un gemido bajo, profundo, como de una multitud lejana de espíritus condenados; y provenía del lugar hacia donde yo miraba. El rumor fue creciendo rápidamente, y no tardó en resonar de forma espantosa por el bajo pasadizo. Al mismo tiempo, tuve conciencia de una corriente de aire frío, cada vez más fuerte, idéntica a la que brotaba de los túneles y barría la ciudad. El contacto de ese viento pareció devolverme el equilibrio, porque instantáneamente recordé las súbitas ráfagas que se levantaban en torno a la entrada del abismo en el amanecer y el crepúsculo, una de las cuales, efectivamente, me había revelado los túneles secretos. Consulté mi reloj y vi que faltaba poco para amanecer, así que me preparé para resistir el vendaval que regresaba a su caverna, del mismo modo que había salido al atardecer. Mi miedo disminuyó otra vez, ya que un fenómeno natural tiende a disipar las lucubraciones sobre lo desconocido.

Cada vez entraba con más violencia el quejumbroso y aullante viento de la noche, precipitándose en el abismo subterráneo. Me dejé caer de nuevo boca abajo, y me agarré vanamente al suelo, temiendo que me arrastrara por la puerta y me precipitara en el abismo fosforescente. No me había esperado una furia semejante; y al darme cuenta de que, en efecto, me iba deslizando por el suelo hacia el abismo, me asaltaron mil nuevos terrores imaginarios. La malignidad de aquella corriente despertó en mí increíbles figuraciones; una vez más me comparé, con un estremecimiento, a la única imagen humana del espantoso corredor, al hombre despedazado por la desconocida raza; porque los zarpazos demoníacos de los torbellinos parecían contener una furia vindicativa tanto más fuerte cuanto que me sentía casi impotente. Cerca del final, creo que grité frenéticamente -casi enloquecido-; si fue así, mis gritos se perdieron en aquella babel infernal de espíritus aulladores. Traté de retroceder arrastrándome contra el torrente invisible y homicida, pero no podía afianzarme siquiera, y seguía siendo arrastrado lenta e inexorablemente hacia el mundo desconocido. Por último, se me debió de trastornar la razón, y empecé a balbucear, una y otra vez, aquel inexplicable dístico del árabe loco Abdul Alhazred, que soñó con la ciudad sin nombre:



«Que no está muerto lo que yace eternamente,
Y con el paso de los evos, aun la muerte puede morir».

Sólo los ceñudos y severos dioses del desierto saben lo que ocurrió en realidad; qué forcejeos y luchas sostuve en la oscuridad, o qué Abaddón me guió de nuevo a la vida, donde siempre habré de recordar, y estremecerme, cuando sopla el viento de la noche, hasta que el olvido o algo peor me reclame. Fue monstruoso, inmenso, antinatural... muy lejos de cuanto el hombre pueda concebir, salvo en las primeras horas silenciosas y detestables de la madrugada, cuando uno no puede dormir.

He dicho que la furia del viento era infernal -cacodemoníaca-, y que sus voces eran espantosas a causa de una perversidad reprimida durante eternidades de desolación. Luego, estas voces, aunque delante de mí seguían siendo caóticas, imaginó mi cerebro enfebrecido que adoptaban forma articulada detrás; y allá en la tumba de unas antigüedades muertas hacía innumerables evos, leguas debajo del mundo diurno de los hombres, oí horribles maldiciones y gruñidos de demonios de extrañas lenguas. Al volverme, vi recortarse contra el éter luminoso del abismo lo que no podía verse en la oscuridad del corredor: una horda pesadillesca de seres que se precipitaban, de demonios semitransparentes distorsionados por el odio, grotescamente ataviados, y pertenecientes a una raza que nadie habría podido confundir: la de las criaturas reptiles de la ciudad sin nombre.

Cuando se calmó el viento, me envolvió la negrura más absoluta de las entrañas de la tierra; porque detrás de la última de las criaturas, la gran puerta de bronce se cerró de golpe con un estruendo ensordecedor de música metálica cuyos ecos ascendieron hasta el mundo distante para saludar al sol naciente, como lo saluda Memnón desde las orillas del Nilo.

sloterdijk

AUTISMO HUMANISTA "Una teoría define el humanismo como la ideología del hombre desnudo que hay que substituir por el hombre vestido y acompañado de objetos. Este hombre es el que tiene que desarrollar una nueva Constitución ontológica a ser posible antes del fin del siglo XXI. Estos hombres, desnudos hasta ahora, viven en una sociedad más amplia, que incluye máquinas, plantas y animales. Ha llegado el momento de construir una Constitución ontológica que tenga en cuenta a todas las partes. Si esto es un posthumanismo, de acuerdo, pero mejor buscar esta Constitución que incluya a nuestros conciudadanos. Nuestro autismo humanista quizá resultará herido, pero sólo será un dolor pasajero".

UN FALSO MUNDO Para Sloterdijk, la crisis del humanismo no tiene que ver con la guerra de Iraq. "No creo que esta guerra permita deducir que exista un estrecho vínculo con los valores del humanismo. Sí existe una crisis del humanismo ingenuo. La razón es que los seres humanos están aprendiendo, desde el siglo XIX, que están viviendo con una falsa descripción del mundo".

AUTOR DESPEDAZADO El filósofo confiesa haberse hecho pedazos, tres en concreto, para abordar esta trilogía. "La filosofía se ha entendido a lo largo de la historia como criada de la teología y sólo se ha emancipado de ella, tras una larga carrera desde el siglo XVI, a partir del XIX. Yo he experimentado este problema de forma personal con estos tres tomos. Descubrí que no podía hacer un análisis final con la misma voz. Así que despedacé al autor como macrohistoriador, como crítico de literatura y como teólogo".

EL FILÓSOFO TEÓLOGO El teólogo haría tres consideraciones a "Esferas". "La primera -dice Sloterdijk- es que este libro sólo se puede escribir en una etapa postideológica. La segunda es que me gusta el libro porque me insulta de una manera que me resulta afín. Parto de la base de que los teólogos modernos ejercen una profesión sadomasoquista, pues aceptan la humillación de Dios, pero también de otros. La tercera tesis del teólogo es que esta obra tiene tintes casi evangélicos".

DIOSES, MONSTRUOS Sloterdijk propone un nuevo reparto del campo ontológico, "estableciendo un epígrafe común para lo divino y las máquinas". "En este nuevo reparto -añade-, Dios y las máquinas entrarían en el ámbito de los monstruos. Luego estaría el ser humano y luego la naturaleza, pero en su sentido antiguo, antes de la manipulación genética. La capa ontológica de lo monstruosos, aunque sea desagradable decirlo así, sería la superior".

COMEDIA DE LA NECESIDAD Según el filósofo, nos quejamos por vicio. En la ideología clásica y su crítica, el hombre estaba subyugado por las necesidades, sujeto a ellas y se refugiaba en las ilusiones. Ahora ocurre justo lo contrario, vivimos en el lujo y simulamos las necesidades. Es una comedia de la necesidad, queremos parecer más pobres de lo que somos. Es una competencia en victimología: a ver quien padece más por ser lo que es. ¿Qué se puede hacer cuando uno es feliz, rico y libre? Pues suicidarte o hacerte corredor de maratón. El deporte es el síntoma más elocuente de esta descripción de la sociedad moderna: es una transformación de la libertad en una necesidad caprichosa, en un autopadecimiento elegido".

GINECOLOGÍA FILOSÓFICA "Uno de los capítulos de este libro, considerado obsceno por algunos, habla de la ginecología filosófica: es una teoría negativa de lo femenino" En este sentido, según Peter Sloterdijk, "en la facultad de Teología debería crearse una cátedra de Ginecología, sería muy beneficioso para ambos campos.

aforismos

Cuando se ha salido del círculo de errores y de ilusiones en el interior del cual se desarrollan los actos, tomar posición es casi imposible. Se necesita un mínimo de estupidez para todo, para afirmar e incluso para negar.

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Todo lo que me opone al mundo me es consustancial. La experiencia me ha enseñado pocas cosas. Mis decepciones me han precedido siempre.

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Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ningún oficio. Hay que permanecer tumbado todo el día, y gemir...

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Existe un placer innegable en saber que lo que se hace no posee ninguna base real, que da lo mismo realizar un acto que no realizarlo. Sin embargo, en nuestros gestos cotidianos contemporizamos con la Vacuidad, es decir, alternativamente ya veces al mismo tiempo, consideramos este mundo como real e irreal. Mezclamos verdades puras con verdades sórdidas, y esa amalgama, vergüenza del pensador, es la revancha del ser normal.

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No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el Tiempo.

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Imposible asistir más de un cuarto de hora sin impaciencia a la desesperación de alguien.

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La amistad sólo resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan.

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Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.

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Lo que aún me apega a las cosas es una sed heredada de antepasados que llevaron la curiosidad de existir hasta la ignominia.

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Cuánto debían detestarse los trogloditas en la oscuridad y la pestilencia de las cavernas. Es normal que los pintores que malvivían en ellas no hayan querido inmortalizar el rostro de sus semejantes y hayan preferido el de los animales.

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«Habiendo renunciado a la santidad...» -¡Pensar que he sido capaz de escribir semejante enormidad! Debo sin embargo tener alguna excusa y espero hallarla aún.

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Fuera de la música, todo, incluso la soledad y el éxtasis, es mentira. Ella es justamente ambos, pero mejorados.

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Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar.

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Tras una tarde con él quedaba extenuado, pues la necesidad de controlarme, de evitar la menor alusión susceptible de herirle (y todo le hería), me dejaba al final sin fuerzas, insatisfecho tanto de él como de mí mismo. Siempre acababa reprochándome haberle dado la razón en todo por escrúpulos llevados hasta la bajeza, me despreciaba por no haber reacciona- do, por no haber explotado, en lugar de haberme impuesto tan extenuante ejercicio de delicadeza.

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Nunca se dice de un perro o de una rata que es mortal. ¿Con qué derecho se ha arrogado el hombre ese privilegio? Después de todo, la muerte no es un descubrimiento suyo. ¡Qué fatuidad creerse su beneficiario exclusivo!

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A medida que perdemos la memoria los elogios que se nos han prodigado se borran, contrariamente a los reproches. y ello es justo: los primeros raramente se merecen, mientras que los segundos nos revelan aspectos de nosotros mismos que ignorábamos.

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Si yo hubiera nacido budista, lo sería aún; pero nací cristiano y dejé de serIo en la adolescencia, en una época en que mucho más que hoy hubiera podido exagerar, de haberla conocido, la blasfemia que Goethe escribió el mismo año de su muerte en una carta a Zelter: "La cruz es la imagen más odiosa que existe bajo el cielo".

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Lo esencial surge con frecuencia al final de las conversaciones. Las grandes verdades se dicen en los vestíbulos.

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Lo caduco en Proust son sus futilidades cargadas de un vértigo prolijo, el regusto a estilo simbolista, la acumulación de efectos, la saturación poética. Es como si Saint-Simon hubiera sufrido la influencia de las Preciosas. Nadie le leería hoy.

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Una carta digna de ese nombre sólo puede escribirse bajo el efecto de la admiración o de la indignación, de la exageración en suma. De ahí que una carta sensata sea una carta inexistente.

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Quien esté considerado por sus amigos como alguien «extraordinario», no debe dar pruebas de lo contrario. Que evite dejar trazas y sobre todo que no escriba, si desea ser algún día para todos lo que fue para algunos solamente.

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Cambiar de idioma, para un escritor, es como escribir una carta de amor con un diccionario.

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«Creo que tú has llegado a detestar tanto lo que piensan los demás como lo que tú mismo piensas», me dijo aquella amiga poco después de vernos tras una larga separación. Más tarde, en el momento de despedirnos, me citó un apólogo chino del que podía deducirse que nada iguala el olvido de sí mismo. Ella, el ser más presente, el más rebosante de «yo» que pueda imaginarse, ¿por qué especie de malentendido preconiza ahora la renuncia hasta el punto de creer que ofrece el ejemplo perfecto?

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Incorrecto hasta lo intolerable, mezquino, desastrado, insolente, sutil, intrigante y calumniador, captaba los menores matices de todo, gritaba feliz ante una exageración o una broma... Todo en él era atrayente y repulsivo. Un canalla al que se echa de menos.

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Nuestra misión es realizar la mentira que encarnamos, lograr no ser más que una ilusión agotada.

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La lucidez: martirio permanente, inimaginable proeza.

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Sólo la música puede crear una complicidad indestructible entre dos seres. Una pasión es perecedera, se degrada como todo aquello que participa de la vida; mientras que la música pertenece a un orden superior a la vida y, por supuesto, a la muerte.

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Si no poseo el gusto del misterio es porque todo me parece inexplicable, o mejor dicho, porque lo inexplicable es mi único sustento y estoy harto de él.

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X. me reprocha que me comporte como un espectador, que no participe en nada, que lo nuevo me repugne. –"Pero si yo no quiero cambiar nada", le respondo. Sin embargo, no ha comprendido el sentido de mi respuesta: me cree modesto.

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Se ha señalado con razón que la jerga filosófica cambia tan rápidamente como el argot. ¿Las razones? La primera es demasiado artificial, el segundo demasiado vivo. Dos excesos desastrosos.

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Tras quince años de soledad absoluta, San Serafín de Sarow recibía a quienes le visitaban exclamando: «¡Oh, qué alegría!»

¿Quién, que no haya dejado nunca de codearse con sus semejantes, sería lo suficientemente extravagante para saludarles así?

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Es preciso encontrarse en estado de receptividad, es decir, de debilidad física, para que las palabras nos lleguen, penetren en nosotros y comiencen en nuestro interior una especie de carrera.

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Deicida es el insulto más halagador que se le puede dirigir a un Individuo o a un pueblo.

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El orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida.

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Aquella mujer tenía un perfil de Cleopatra. Siete años después hubiera podido pedir limosna en una esquina. -Experiencia que debiera curarnos en el acto y para siempre de toda idolatría, de todo deseo de buscar lo insondable en unos ojos, en una sonrisa o en una voz.

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Seamos razonables: nadie puede estar completamente de vuelta de todo, y puesto que no existe una decepción universal, tampoco podría existir un conocimiento universal.

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Todo lo que no es desgarrador es superfluo -en música por lo menos.

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Brahms representa, según Nietzsche, die Melancholie des Unvermogens, la melancolía de la impotencia.

Semejante juicio, escrito el mismo año de su crisis, empaña como siempre el esplendor de su hundimiento.

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No haber hecho nunca nada y morir sin embargo extenuado

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Esos transeúntes idiotizados... -¿Pero cómo hemos podido caer tan bajo? ¿y cómo imaginar un espectáculo así en la Antigüedad, en Atenas por ejemplo? Basta un minuto de lucidez aguda en medio de esos condenados para que todas las ilusiones se derrumben.

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Cuanto más se detesta a los hombres, más maduro se está para Dios, para un diálogo con nadie.

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La fatiga extrema lleva tan lejos como el éxtasis, con la diferencia de que con ella se desciende hasta los límites del conocimiento.

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Igual que la aparición del Crucificado dividió la historia en dos, esta noche acaba de dividir en dos mi vida...

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Todo parece miserable e inútil en cuanto la música enmudece. Se comprende así que pueda ser odiada y se sientan tentaciones de considerar su absoluto como un fraude. Porque cuando se la ama demasiado hay que reaccionar contra ella como sea. Nadie percibió su peligro mejor que Tolstoi, pues sabía que podía dominarlo completamente. De ahí que comenzara a execrarla por miedo de convertirse en juguete suyo.

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La renuncia es la única variedad de acción no envilecedora.

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¿Es imaginable un ciudadano que no posea un alma de asesino?

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Apreciar solamente el pensamiento indefinido que no llega a la palabra y el pensamiento instantáneo que vive sólo gracias a ella. La divagación y la boutade.

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Un joven alemán me pide en la calle un franco. Converso con él y me cuenta que ha recorrido medio mundo y que ha estado en la India, país del que admira a los mendigos, a quienes se jacta de imitar. Sin embargo, no se pertenece impunemente a una nación didáctica. Le observé pedir: parecía haber recibido cursos de mendicidad.

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La naturaleza, buscando una fórmula que pudiera satisfacer a todo el mundo, escogió finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie.

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Hay en Heráclito un lado Delfos y un lado manual escolar, una mezcla de ideas fulminantes y de rudimentos; fue un inspirado y un preceptor. Es una lástima que no hiciera abstracción de la ciencia, que no siempre pensara fuera de ella.

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He condenado con tanta frecuencia toda forma de acto, que manifestarme, de cualquier manera que sea, me parece una impostura, por no decir una traición. -Sin embargo continúa usted respiran- do. -Sí, hago como todo el mundo. Pero...

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iQué juicio sobre los seres vivos si es verdad, como alguien ha sostenido, que lo que perece nunca ha existido!

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Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya en la calle, ¿ cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre un mortal y un moribundo ? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más evidente en el segundo caso.

***

Quedamos siempre anticuados por lo que admiramos. En cuanto citamos a alguien que no sea Homero o Shakespeare, corremos el riesgo de parecer pasados de moda o tocados de la cabeza.

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Como máximo, podemos imaginar a Dios hablando francés. Jamás al Cristo. Sus palabras pierden su encanto y su vigor en una lengua tan inadecuada para lo ingenuo o lo sublime.

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¡Interrogarse sobre el hombre durante tantos años! Imposible exagerar más el gusto por lo malsano.

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¿La rabia proviene de Dios o del Diablo ? -De los dos. ¿Cómo explicar si no que sueñe con galaxias para pulverizarlas y no pueda consolarse de tener únicamente a su alcance este pobre, este miserable planeta?

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¿Para qué nos agitamos tanto? Para volver a ser lo que éramos antes de ser.

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X., que ha fracasado en todo, se lamenta de no haber tenido un destino. -Todo lo contrario, le digo. La serie de tus fracasos es tan notable que parece revelar un designio providencial.

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La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. iQué deficiencia demuestra empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia.

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Amar al prójimo es algo inconcebible. ¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?

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Los únicos acontecimientos importantes de una vida son las rupturas. Ellas son también lo último que se borra de nuestra memoria.

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Cuando supe que era totalmente impermeable a Dostoievsky y a la Música, me negué, a pesar de sus grandes méritos, a conocerlo. Prefiero conversar con un retrasado mental sensible a cualquiera de los dos.

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El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad.

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Habiendo vivido día tras día en compañía del Suicidio, sería injusto e ingrato que lo denigrara ahora. ¿Existe algo más sano, más natural ? Lo que no lo es, es el apetito rabioso de existir, tara grave, tara por excelencia, mi tara...

silogismos

Nada seca tanto la inteligencia como la repugnancia a concebir ideas oscuras.

Para quien haya respirado la Muerte, ¡qué desolación el olor del Verbo!

Más que un error de fondo, la vida es una "falta de gusto" que ni la muerte, ni siquiera la poesía, logran corregir.

La filosofía sirve de antídoto contra la tristeza. Y hay quienes creen aún en la profundidad de la filosofía.

Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué vitalidad me ensañaría con una obsesión que me pertenece, que me precede?. Encontrándome bien, escojo el camino que me place; una vez "tocado", ya no soy yo quien decide: es mi mal. Para los obsesos no existe opción alguna: su obsesión ha elegido ya por ellos. Uno se escoge cuando dispone de virtualidades indiferentes; pero la nitidez de un mal es superior a la diversidad de caminos a elegir. Preguntarse si se es libre o no: bagatela a los ojos de un espíritu a quien arrastran las calorías de sus delirios. Para él, enzalzar la llibertad es dar pruebas de una salud indecente.
¿La libertad?. Sofisma de la gente sana.

Si apenas he obtenido ideas de la tristeza, es porque la he amado demasiado para empobrecerla ejercitándome en ella

Somos todos unos farsantes. sobrevivimos a nuestros problemas.

Sufrimos: el mundo exterior comienza a existir...; sufrimos demasiado: desaparece. El dolor lo suscita únicamente para desenmascarar su irrealidad.

Cuanto más difuso sea el objeto de una pasión, mejor ella nos destruye; la mía fue el Hastío: sucumbí a su imprecisión.

La fe, la política o la violencia reducen la desesperación; por el contrario, todo deja intacta a la melancolía: ella sólo podría cesar con nuestra sangre.

En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar.

Gracias a la melancolía -ese alpinismo de los perezosos-, escalamos desde nuestro lecho todas las cumbres y soñamos en lo alto de todos los precipicios.

Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.

La tristeza: un apetito que ninguna desgracia satisface.

Oriente se interesó por las flores y el renunciamiento. Nosotros le oponemos las máquinas y el esfuerzo, y esta melancolía galopante -último sobresalto de Occidente.

Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado.

El deseo de morir fue mi única preocupación; renuncié a todo por él, incluso a la muerte.

Dejad de pedirme mi programa: ¿Acaso respirar no es uno?.

Si exprimiéramos el cerebro de un loco, el líquido obtenido parecería almíbar al lado de la hiel que segregan algunas tristezas.

Sin la esperanza de un dolor aun mayor, no podría soportar éste de ahora, aunque fuese infinito.

Refutación del suicidio: ¿No es inelegante abandonar el mundo que tan gustosamente se ha puesto al servicio de nuestra tristeza?.

Sólo se suicidan los optimistas, los optimistasque ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué la tendrían para morir?.

¿Superará el hombre algún día el golpe mortal que le ha dado la vida?.

Creo en la salvación de la humanidad, en el porvenir del cianuro.

Mi avidez de agonías me ha hecho morir tantas veces que me parece indecente abusar aún de un cadaver del que ya nada puedo sacar.

Quien teme perder su melancolía, quien tiene miedo a superarla, con qué alivio constata que sus temores no tienen fundamento, que ella es incurable

dicterios

El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir: es una víctima del «sentido» de la vida.

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En este «gran dormitorio», como llama un texto taoísta al universo, la pesadilla es la única forma de lucidez.




Para vengarnos de quienes son más felices que nosotros, les inoculamos -a falta de otra cosa- nuestras angustias. Porque nuestros dolores, desgraciadamente, no son contagiosos.

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Fuera de la dilatación del yo, fruto de la parálisis general, no existe ningún remedio contra las crisis del abatimiento, contra la asfixia de la nada, contra el horror de no ser más que un alma dentro de un salivazo.

Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué vitalidad me ensañaría con una obsesión que me pertenece, que me precede?. Encontrándome bien, escojo el camino que me place; una vez «tocado», ya no soy yo quién decide: es mi mal. Para los obsesos no existe opción alguna: su obsesión ha elegido ya por ellos. Uno se escoge cuando dispone de virtualidades indiferentes; pero la nitidez de un mal es superior a la diversidad de caminos a elegir. Preguntarse si se es libre o no: bagatela a los ojos de un espíritu a quien arrastran las calorías de sus delirios. Para él, ensalzar la libertad es dar pruebas de una salud indecente.
¿La libertad? Sofisma de la gente sana.

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En la Antigüedad, el filósofo que no escribía, pero pensaba, no se exponía al desprecio; desde que nos postramos ante la eficacia, la obra se ha convertido en el absoluto del vulgo; a quienes no producen se les considera «fracasados». Sin embargo, esos «fracasados» habrían sido los sabios de otros tiempos; ellos rehabilitarán nuestra época por no haber dejado trazas en ella.

En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar.

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¿Alguien emplea continuamente la palabra «vida»? Sabed que es un enfermo.

¿Nuestros ascos? Desvíos del asco que nos tenemos a nosotros mismos.

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Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.

Nosotros nos parapetamos detrás de nuestro rostro: al loco le traiciona el suyo. El se ofrece, se denuncia a los demás. Habiendo perdido su máscara, muestra su angustia, se la impone al primero que llega, exhibe sus enigmas. Tanta indiscreción irrita. Es normal que se les espose y se les aísle.

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Apenas se medita ya de pie, y menos aún andando. Fue nuestros empeño en conservar la posición vertical lo que originó la Acción; por ello, para protestar contra sus perjuicios, deberíamos imitar la postura de los cadáveres.

Don Quijote representa la juventud de una civilización: él se inventaba acontecimientos; nosotros no sabemos como escapar a los que nos acosan.

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Dichosos esos frailes que, al final de la Edad Media, corrían de ciudad en ciudad anunciando el fin del mundo. Poco les importaba que sus profecías tardaran en cumplirse. Podían desmandarse, dar rienda suelta a sus terrores, descargarlos sobre las muchedumbres; terapéutica ilusoria en una época como la nuestra, en la que el pánico, introducido en las costumbres, ha perdido sus virtudes.

Para dominar a los hombres hay que practicar sus vicios y añadir a ellos alguno más. Véase el caso de los papas: mientras fornicaban, practicaban el incesto y asesinaban, dominaban el mundo y la Iglesia era omnipotente. Desde que respetan sus preceptos, su poder se degrada: la abstinencia, lo mismo que la moderación, les ha resultado nefasta; convertidos en personas respetables, nadie les teme ya. Edificante crepúsculo de una institución.

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El prejuicio del honor es propio de las civilizaciones rudimentarias. Cesa con la aparición de la lucidez, con el reinado de los cobardes, de aquellos que, habiéndolo «comprendido» todo, no tienen ya nada que defender.

Hemos saboreado todos el mal de Occidente. Sabemos demasiado del arte, del amor, de la religión, de la guerra, para creer aún en algo; hemos perdido además tantos siglos en ello... La época de la perfección en la plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar? Hasta la chusma repudia el «sentimiento». ¿La piedad? Visitad las catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer muecas ante lo irremediable.
¿Occidente? Una posibilidad sin futuro.

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Quién por distracción o incompetencia detenga, aunque sólo sea un momento, la marcha de la humanidad, será su salvador.

Nadie puede conservar su soledad si no sabe hacerse odioso.

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Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado.

En cuanto un animal se trastorna, comienza a parecerse al hombre. Observad un perro furioso o abúlico: parece como si esperara a su novelista o a su poeta.

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Constituye una gran injuria contra el hombre pensar que para destruirse necesita una ayuda, un destino... ¿No ha gastado ya lo mejor de su talento en liquidar su propia leyenda? En ese rechazo de durar, en ese horror de sí mismo, reside su excusa o, como se decía antes, su «grandeza».

Si la Historia tuviera una finalidad, qué lamentable sería el destino de quienes no hemos hecho nada en la vida. Pero en medio del absurdo general nos alzamos triunfadores, piltrafas ineficaces, canallas orgullosos de haber tenido razón.

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Tanto he mimado la idea de la fatalidad, a costa de tan grandes sacrificios la he alimentado, que ha acabado por encarnarse: de la abstracción que era, ahora palpita irguiéndose ante mí, aplastándome con toda la vida que le he dado.

Quien vive sin memoria no ha salido aún del Paraíso: las plantas continúan deleitándose en él. Ellas no fueron condenadas al Pecado, a esa imposibilidad de olvidar; pero nosotros, remordimientos ambulantes, etc., etc.

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«Señor, sin ti estoy loco, pero más loco aún contigo.» Ese sería, en el mejor de los casos, el resultado de la reanudación del contacto entre el fracasado de abajo y el fracasado de arriba.

¡Cuantos problemas para instalarse en el desierto! Más espabilados que los primeros ermitaños, nosotros hemos aprendido a buscarlo en nosotros mismos.

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De todo lo concebido por los teólogos, las únicas páginas legibles, las únicas palabras verdaderas, son las dedicadas al Diablo. Su tono cambia y se aviva su elocuencia cuando, dando la espalda a la Luz, se consagran a las Tinieblas. Se diría que vuelven a su elemento, que lo descubren de nuevo. Al fin pueden odiar, por fin les está permitido; se acabó el ronroneo sublime o la salmodia edificante. El odio puede ser abyecto; extirparlo es, sin embargo, más peligroso que abusar de él. La Iglesia ha sabido evitar a los suyos, sabiamente, tales riesgos; para que puedan satisfacer sus instintos, los excita contra el Demonio; ellos se aferran a él y le roen: por fortuna es un hueso inagotable... Si se lo quitaran, sucumbirían al vicio o a la apatía.

Cuando, por apetito de soledad, hemos roto nuestros lazos con los demás, el Vacío nos embarga: nos quedamos sin nadie a nuestra disposición. ¿A quién liquidar ahora? ¿Dónde encontrar una víctima duradera? -Semejante perplejidad nos abre a Dios: al menos con El estamos seguros de poder romper indefinidamente...

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En la búsqueda del tormento, en la obstinación de sufrir, únicamente el celoso puede competir con el mártir. Sin embargo, se canoniza a uno y se ridiculiza al otro.

¿Quién abusaría del sexo sin la esperanza de perder en él la razón algo más de un segundo, para el resto de sus días?

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En la voluptuosidad, lo mismo que en el pánico, regresamos a nuestros orígenes; el chimpancé, injustamente relegado, alcanza por fin la gloria -mientras dura un grito.

La dignidad del amor consiste en el afecto desengañado que sobrevive a un instante de baba.

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En la época en que la humanidad, apenas desarrollada, se ejercitaba ya en la desgracia, nadie la hubiera creído capaz de poder producirla en serie un día.

Si Noé hubiera poseído el don de adivinar el futuro, habría sin duda naufragado.

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¿La «experiencia hombre» ha fracasado? Había fracasado ya con Adán. Sin embargo, es legítimo preguntar: ¿tendremos la suficiente inventiva para parecer aún innovadores, para agravar semejante descalabro?
Esperándolo, perseveremos en el error de ser hombres, comportémonos como farsantes de la Caída, seamos terriblemente frívolos.

Antes se pasaba con gravedad de una contradicción a otra; ahora sufrimos tantas a la vez que no sabemos ya por cuál interesarnos ni cuál resolver.

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Sin poseer la facultad de exagerar nuestros males, nos sería imposible soportarlos. Atribuyéndoles proporciones inusitadas, nos consideramos condenados escogidos, elegidos al revés, halagados y estimulados por la fatalidad.
Afortunadamente, en cada uno de nosotros existe un fanfarrón de lo Incurable.

Una naturaleza religiosa se define menos por sus convicciones que por su necesidad de prolongar sus sufrimientos más allá de la muerte.

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He adquirido mis dudas penosamente; mis decepciones, como si me esperasen desde siempre, han llegado solas -iluminaciones primordiales.

la mirada de rubem fonseca

Rubem Fonseca
La mirada (fragmento)


" Sujeté al conejo por las orejas con la mano izquierda. Las piernas del animal se aflojaron, pero en seguida las encogió y me lanzó una mirada. ¡Una mirada significativa y directa, por fin!
-Gracias, gracias por esa mirada franca y cándida -dije siempre sujetando el conejo por las orejas. Coloqué las caras, la mía y la del animal, frente a frente, muy próximas. Leí la mirada que tenía delante: era una mirada de oscura curiosidad, de leve interés, como si lo que fuese a ocurrir no le importase a él, conejo. No era, pues, una mirada inquisitiva, de reconocimiento. "Están sujetándome por las orejas, es todo lo que debe de estar pensando", pensé.
Con el canto de la mano derecha, extendidos y juntos los dedos, di un golpe a la nuca del conejo. El cocinero me había asegurado que sólo un golpe sería suficiente para matar al animal.
Pero todos aquellos años que pasé comiendo irregularmente soufflés de espinacas, y sentado escribiendo y acostado, oyendo y leyendo a los grandes clásicos, habían contribuido muy poco al desarrollo de mi fuerza muscular. El conejo, al recibir el golpe, tembló y continuó con los ojos abiertos, ahora expresando un vago miedo. No era, sin embargo, un sentimiento irracional, el conejo sabía lo que estaba ocurriendo, que estaba a merced de un ente poderoso, que no podría huir y que sólo le quedaba resignarse.
Los dos nos miramos: el conejo temblando sin ningún pudor, con sus estoicos ojos desorbitados.
Fueron precisos tres o cuatro golpes. Finalmente el conejo dejó de debatirse.
Yo estaba exhausto. "Debe de ser eso lo que siente alguien que gana un maratón", pensé al notar que, junto con la fatiga, sentía una encendida euforia.
Puse la 9a. Sinfonía de Beethoven en el aparato y, enteramente desnudo, fui hacia la bañera con el conejo y además un cuchillo y dos calderas. Aquel primer día, aún inexperto, tenía miedo de ensuciar la cocina de sangre al destripar y desollar el conejo, de acuerdo con las instrucciones del cocinero.
El cuchillo estaba afilado y no tuve muchas dificultades. Acabado el trabajo, coloqué las sobras -tripas asquerosas, pieles, ganglios- en una caldera, y el conejo, listo para ser adobado, en otra.
En seguida, me di un largo baño tibio.
Del cuarto de baño, que había quedado inmaculadamente limpio, fui a la cocina, donde preparé el conejo, guisado con zanahorias y papas, mientras sonaban los Nocturnos de Chopin. Al fin el conejo estaba listo, frente a mí.
Comencé a degustarlo delicadamente, en pequeñas porciones. ¡Ah, qué placer excelso! Fue un pausado almuerzo que duró la Júpiter, de Mozart, entera.
Después fui a cepillarme los dientes. Contemplé, a través del espejo, pensativo, la bañera. ¿Quién era el que había dicho que los cabritos tenían una mirada al mismo tiempo afable y
perversa, una mezcla de pureza y depravación? Hum...Aquella bañera era pequeña. Me hacía falta comprar una mayor. Tal vez un jacuzzi, de los grandes, con chorros estimulantes. Me quedé viendo mi cara en el espejo. Miré mis ojos. Mirando y siendo mirado: una cosa al fin irreflexiva, un eje de acero, lava de un volcán que es arrojada, nube inacabable. La mirada. La mirada. "

corrido del abandonao

yo soy ese que dicen
yo soy un desempleao
yo soy alguien muy triste
yo estoy abandonao

ya no tengo trabajo
ya no salgo al mercao
ya no me quiere alguien
yo estoy desesperao

y què si no me buscan?
y què si estoy cansao?
y que si siento hambre?
yo soy un desgraciao.

musica de alvaro perez (el bayo)
para la obra de titeres
el caldero de la sombra
con el grupo arsvita